Nueva York – Ese amplio decorado cinematográfico

   24$. Ese fue el valor de tasación de Peter Minuit por la isla de Manhattan en 1.626 que pago a los indios. Y ni siquiera se hizo en moneda, sino en enseres varios. Claro que la isla por aquel entonces era un paraje boscoso con algunos senderos que comunicaban los diferentes asentamientos indios. La Compañía Holandesa de las Indias Occidentales impulsó la colonización de estos parajes con el fin de ir asentando colonos e impulsar el comercio en el Nuevo Mundo. Nieuw Amsterdam fue el primer nombre de estos territorios.

Nieuw Amsterdam fue creciendo y prosperando. Se construyeron casas al estilo de los Países Bajos, canales, un fuerte, una iglesia, un hospital y muchas tabernas. Cuando Peter Stuyvesant, último gobernador de la colonia la entrego a los ingleses sin ningún tipo de resistencia en 1.664 la ciudad se encontraba en un tiempo de bonanza económica, lo que supuso una nueva ganga de la que esta vez se benefició el Imperio Británico.

Nuevos amos, nuevos nombres. Se cambió Amsterdam por York, en honor al hermano del rey ingles, el duque de York. Algunos nombres se cambiaron y aún hoy superviven: Broad Street, Broadway. Sobre 1.700 ya era la tercera ciudad de América, tras Boston y Filadelfia con cerca de 4.000 habitantes. Sus habitantes ya eran variopintos y desenfrenados.El dominio británico duro hasta 1776 cuando George Washington proclamo la independencia.

La llamada hacia el Nuevo Mundo no se hizo esperar y en los años siguientes hordas humanas de europeos, sobre todo irlandeses desembarcaban en los puertos. Ya en el siglo XIX Nueva York se preparaba para ser la capital del mundo. Se crearon dos clases de sociedad. Una que vegetaba en los barrios bajos y otra que emergía con grandes fortunas gracias a la industrialización y a la guerra de Secesión. Quinta Avenida era el paraíso, mientras que a orillas de los ríos Eastern y Hudson se hacinaban en viviendas de alquiler.

Los años venideros supusieron una vorágine de crecimiento tanto humano como industrial y arquitectónico, de transformación total de la urbe en suma.
Donde había dinero había belleza. Se construyo Central Park, se erigieron imponentes construcciones a lo largo de las calles, museos y teatros. La estatua de la Libertad presidía la dársena desde 1.886 y en 1.883 se inauguraba el puente de Brooklyn, una obra de ingeniería considerada la octava maravilla del mundo.

Con la anexion de los distritos de Manhattan, Brooklyn , Queens, el Bronx y Staten Island la ciudad contaba con mas de un millón de habitantes que se incrementó de nuevo masivamente por la gran migración tras la Primera Guerra Mundial.

En los años treinta llego a la escena neoyorquina un hombre fundamental para la transformación de la ciudad: Robert Moses. El alcalde La Guardia lo contrato para el puesto de administrador de parques. Moses aprovecho la coyuntura y acumulo puesto tras puesto. Durante sus años de mandato y numerosos cargos se construyeron siete puentes, otras tantas autovias, trazado de distritos y barrios residenciales.

Fueron dos innovaciones técnicas las precursoras de una nueva arquitectura norteamericana: el empleo de hierro colado como elemento constructivo y el invento del ascensor. Ambos hicieron factible el nacimiento de la arquitectura loft y sentaron las bases de la construcción de rascacielos.

El primer rascacielos (1875) fue el Hunts Tribune Building con 79 metros de altura. Comenzaba la era de los rascacielos e iba perfilandose la imagen de Manhattan. A partir de 1920 comenzó la guerra de la altura. Lofts de arquitectos vanguardistas como Mckim y Mead llegaron a ocupar a mas de 100 arquitectos que transformaban a diario la ciudad con construcciones y diseños la gran metrópoli que es hoy Nueva York y que algunas de sus emblemáticas obras revisaremos y analizaremos en capítulos próximos.

Edificio Hunts Tribune

Ninguna otra ciudad del mundo puede presumir de ser en sí misma un gran plato cinematográfico. Sus monumentos, barrios, calles, taxis y gentes forman un conglomerado que resulta familiar al espectador y son parte activa del desarrollo de cada historia. Analizaremos en varios capítulos la idiosincrasia de muchos de sus monumentos que han sido intérpretes en sí mismos diseccionando y entrelazando a la vez las tres premisas de nuestro blog : Viajes, arquitectura y cine.

En la isla de Manhattan, cuando se desenvuelven los cables, se colocan los proyectores y se sacan los micrófonos, sólo los turistas se paran a mirar. Para los vecinos este tipo de escenas forman parte de su vida cotidiana. Sacan a la calle sus sillas, su te helado y ven tranquilamente como comienza en su barrio el brillo de la fábrica de los sueños.

Cada día se mueven por la ciudad entre 60 y 90 equipos de cine y televisión, la mayoría de ellos en Manhattan. Nueva York cedió a Hollywood su función de capital de la industria cinematográfica ya a principios del siglo XX, pero sigue siendo insustituible como escenario de filmación. En California puede haber mejor tiempo, unos gastos de producción más bajos y unos sindicatos menos partidarios de las huelgas, pero no se puede filmar el inolvidable encuentro de Tom Hanks y Meg Ryan en Algo para recordar: falta el Empire State Building.Y muchas más cosas, la Grand Central Terminal, Broadway, las Naciones Unidas, el Flatiron Building, la New York Public Library, los hoteles de súper lujo y todas esas calles por las que conducía Robert de Niro en Taxi Driver, o Central Park donde padres divorciados juegan a béisbol en el Manhattan de Woody Allen.

Central Station

Son precisamente los temas y escenarios que el cine traslada a todo el mundo, con imágenes tan omnipresentes en las películas que muchas personas están ya familiarizadas con la ciudad y sus monumentos antes de haber puesto un pie en ella.

Son casi 2.000 las películas que se desarrollan en esta ciudad de varios millones de habitantes. Cada año se ruedan unos 200 largometrajes de todos los géneros desde comedias románticas como Cuando Harry entro a Sally hasta la película de terror Sleepy Hollow, sin olvidar superproducciones de ciencia ficción como Independence Day o Hombres de Negro, hasta el Nueva York solitario y apocalíptico donde deambula Will Smith en Soy Leyenda.

Directores famosos como Martín Scorsese o Spike Lee destacan por haber rodado casi exclusivamente en su ciudad natal. Y más que ninguno, Woody Allen. Ningún director ha traducido en imágenes la esencia de Manhattan y de toda la ciudad en sí, con la agridulce visión de un hombre profundamente neoyorquino. La sinfonia perfecta de Manhattan, genialmente subrayada por l música de Gershwin, hace sentir al espectador su magia en pleno estómago.

Nueva York es un extraordinaria infraestructura como escenario. La policía de Nueva York contribuye con una unidad especial en las escenas rodadas con armas o policías uniformados, y si el guión incluye incendios o explosiones, no falta el cuerpo de bomberos. En efecto, la fábrica de sueños no podría existir ni subsistir sin su ciudad soñada y la singular fascinación que incorporan determinados ambientes y lugares típicamente neoyorquinos.

Nueva York no sólo sirve de inspiración a los cineastas actuales. Uno de los más grandes, el austriaco Fritz Lang, tuvo presente el perfil de Manhattan cuando en 1.926 rodó la obra maestra Metrópolis, a la cual dedicáremos un capítulo en este blog. El Museum Of Modern Art, guarda en una sección especial, además de esta película, alrededor de 14.000 documentos de la historia del cine.

Se organizan infinidad de festivales que nos ofrecen la posibilidad de realizar viajes cinematográficos y culturales donde saciar nuestras inquietudes y aficiones que concluyen en el punto de partida : el escenario de Nueva York.